Su imaginación. Siempre había sido ella la que les había salvado. Su mujer recordará siempre, o quizá más, aquel día que la invitó al más maravilloso de los almuerzos campestres, junto al lago que surgió en medio de su diminuto salón. Y la retumbarán por años aquellos deshilachados relatos que construía junto a su oído, en esos días en que no había pesetas para videos. Pero allí encerrado con tan sólo un transparente frasco, la que siempre les había salvado se volvió mucho más prosaica, sincera y ruda. Mientras movía su brazo, su imaginación burlona fantaseó profundamente con aquel doctor que les comunicaría la noticia. Y así fue, como los borbotones de vida más sinceros que nunca, nacieron ya muertos.
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